El Continente de la Luz: Poemas Antártico
El Continente de la Luz: Poemas Antártico
- EAN: 61424
- ISBN: 61424
- Editorial: EdicionesTierra Polar
- Encuadernación:
- Medidas: 140 X 220 mm.
- Páginas: 123
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AGOTADO
Descripción
Óscar Pinochet de la Barra, integrante de las primeras expediciones chilenas a la Antártida, diplomático y ex-director del Instituto Antártico Chileno (INACH), ha sido una figura fundamental para la soberanía y los derechos de Chile en el Continente Blanco.
Autor de numerosos estudios e investigaciones sobre la Antártida, Pinochet de la Barra ha plasmado también en poemas sus vivencias antárticas, es decir, su inmersión en el Continente de la Luz:
Siento terror
mientras describo en el vacío
misteriosas geometrías
Bajo estricto control
cierro los ojos inservibles
La velocidad me inmoviliza
sólo me salva
la hebra de claridad polar
que un día los hielos
prendieron en mi retina
La inmensidad me invade
dulcemente
y en el sueño comienzo a comprender
¿De qué otra forma sino por medio de poemas -Poiesis- es posible describir la vivencia del peregrinaje antártico y el conocimiento de la región en el último escalón antes de abandonar el planeta?
Los poemas antárticos de Óscar Pinochet de la Barra son odas, expresiones de un explorador fascinado por el descubrimiento de un mundo dentro del mundo; un continente cincelado en las formas y colores del hielo y de la luz.
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Es un buen día para morir. El guerrero indio
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La vida del guerrero piel roja era como un
juego que perseguía el desarrollo de las
cualidades viriles y, al mismo tiempo, como
en los caballeros medievales, una vía espiritual.
Caballo Loco, Toro Sentado, Gerónimo..., nombres de guerreros famosos que por sí solos evocan las épicas luchas de la «Conquista del Oeste». La imagen habitual de simple salvajismo del guerrero indio se ve desmentida por el testimonio de cuantos lo conocieron real-mente, y por sus propias palabras. El guerrero era, junto con el hombre santo, el producto supremo de la civilización india: su prototipo encierra un cúmulo de virtudes que hacen de él una figura admirable. Y es que para ser un buen guerrero tal como lo entendían los indios, no bastaba tener un valor extraordinario; había que ser, también, generoso, desprendido, austero, noble: en definitiva, un auténtico caballero. Y así es cómo sus propios enemigos describieron muchas veces a los luchadores indios: verdaderos caballeros para los que la guerra era al mismo tiempo un juego que servía para fomentar las cualidades viriles y una institución sagrada, un modo de vida y un «camino de perfección».
Tal vez la imagen más conocida del indio norteamericano es la del guerrero montado a caballo con su penacho de plumas, su arco y sus flechas, que tanto han popularizado el cine y la literatura. Nombres legendarios como Toro Sentado, Caballo Loco, Gerónimo, y tantos otros, han pasado a formar parte del imaginario colectivo del hombre del siglo XX. En esas presentaciones populares del guerrero indio, suele dar-se de éste la idea de un salvaje sanguinario que nada respeta. Esta idea es completamente falsa. Las guerras de los indios contra el invasor blanco fueron duras por-que eran una lucha desesperada por salvar su tierra y su modo de vida, que para ellos eran sagrados. Pero la guerra, para el indio, es igualmente una institución sa-grada, y en cierto modo también como una especie de juego, cuyo fin es el desarrollo de las cualidades viriles en los hombres y el mantenimiento de un nivel altísimo de autoexigencia personal que daba como resulta-do las magníficas personalidades de los grandes guerreros. La guerra no perseguía la conquista territorial
dto.
