Si bien Avicena, nombre occidentalizado de Abú Alí al Husayn ibn Abd Allah ibn Sina (Bujara, 980 – Hamadán, 1037), está considerado uno de los médicos más importantes e influyentes de la historia, no es menor su reputación como sabio universal, pues sus competencias abarcaban la música, la filosofía, la astronomía o las matemáticas. Fue uno de esos extraordinarios casos de precocidad intelectual y pertenece al reducido grupo de médicos que, además, fueron grandes humanistas. Sus Libro de la curación y El canon de la medicina, conocido como El canon de Avicena, han sido estudiados y utilizados durante siglos como textos de referencia, pero sus escritos filosóficos, igualmente valiosos, han sido menos divulgados.

En estos textos se evidencia la altura de su intelecto, su enorme bagaje cultural, manifiesto en el amplio conocimiento del pensamiento aristotélico e islámico, y una gran espiritualidad, impregnando al conjunto de una profundidad y sabiduría poco comunes.

Hugh Paston, rico y escéptico, acaba de sufrir una conmoción por la muerte de su esposa en un accidente de coche junto con su amante. En esta encrucijada de su vida, y en busca de distracción, vaga hasta una tienda de libros antiguos con cuyo dueño entabla amistad y quien encenderá su interés por la literatura ocultista. Hugh Paston se ve arrastrado al estudio de los Misterios Eleusinos y, decidido a invocar a Pan, el dios de los pies de cabra, compra la Granja de los Monjes, un antiguo monasterio largo tiempo abandonado y amenazado de ruina. Con la ayuda de Mona Wilton, una joven artista, Hugh Paston reconstruye y renueva la granja con la intención de celebrar los ritos. En el antiguo monasterio el protagonista resulta poseído por el espíritu de su prior del siglo XV, Ambrosio, que fue emparedado en una de las celdas por practicar determinados ritos paganos que había descubierto en antiguos manuscritos griegos de la biblioteca, rituales que estaban dedicados a Pan.

Fascinante retrospectiva sobre la vida y la obra del adepto checo Franz Bardon tal como su hijo Lumir y su alumno, el doctor M.K. le contaron a Dieter Ruggeberg.