Es un buen día para morir. El guerrero indio
Es un buen día para morir. El guerrero indio
- EAN: 9788497167420
- ISBN: 9788497167420
- Editorial: José J. de Olañeta, Editor
- Encuadernación:
- Medidas: 110 X 140 mm.
- Páginas: 70
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Descripción
Selección Y Prólogo de Esteve Serra
La vida del guerrero piel roja era como un
juego que perseguía el desarrollo de las
cualidades viriles y, al mismo tiempo, como
en los caballeros medievales, una vía espiritual.
Caballo Loco, Toro Sentado, Gerónimo..., nombres de guerreros famosos que por sí solos evocan las épicas luchas de la «Conquista del Oeste». La imagen habitual de simple salvajismo del guerrero indio se ve desmentida por el testimonio de cuantos lo conocieron real-mente, y por sus propias palabras. El guerrero era, junto con el hombre santo, el producto supremo de la civilización india: su prototipo encierra un cúmulo de virtudes que hacen de él una figura admirable. Y es que para ser un buen guerrero tal como lo entendían los indios, no bastaba tener un valor extraordinario; había que ser, también, generoso, desprendido, austero, noble: en definitiva, un auténtico caballero. Y así es cómo sus propios enemigos describieron muchas veces a los luchadores indios: verdaderos caballeros para los que la guerra era al mismo tiempo un juego que servía para fomentar las cualidades viriles y una institución sagrada, un modo de vida y un «camino de perfección».
Tal vez la imagen más conocida del indio norteamericano es la del guerrero montado a caballo con su penacho de plumas, su arco y sus flechas, que tanto han popularizado el cine y la literatura. Nombres legendarios como Toro Sentado, Caballo Loco, Gerónimo, y tantos otros, han pasado a formar parte del imaginario colectivo del hombre del siglo XX. En esas presentaciones populares del guerrero indio, suele dar-se de éste la idea de un salvaje sanguinario que nada respeta. Esta idea es completamente falsa. Las guerras de los indios contra el invasor blanco fueron duras por-que eran una lucha desesperada por salvar su tierra y su modo de vida, que para ellos eran sagrados. Pero la guerra, para el indio, es igualmente una institución sa-grada, y en cierto modo también como una especie de juego, cuyo fin es el desarrollo de las cualidades viriles en los hombres y el mantenimiento de un nivel altísimo de autoexigencia personal que daba como resulta-do las magníficas personalidades de los grandes guerreros. La guerra no perseguía la conquista territorial
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Muchas tribus indias norteamericanas veneraban al gran espíritu danzando alrededor del fuego o de un poste o tótem. El gran espíritu es el mismo que el dios viejo del fuego de Mesoamérica, alrededor de cuyo brasero da n zaban sobre la pirámide circular de Cuicuilco (México). Y este dios viejo del fuego es el mismo que el Señor de la dualidad en Mesoamérica: dios padre como manifestación masculina de la divinidad padre-madre (Ometeo tl). Diosas madres eran Tonantzin y Coatlicue en Mesoamérica, Mama Pacha y Mama Qucha en los Andes.El dios mesoamericano Quetzalcóatl (Kukulkán) y el andin o Viracocha manifestaron probablemente a dios hijo. En Mesoamérica, el autosacrificio de los dioses produce los astros: el sol, la luna, Venus y las estrellas. Desde hace más de mil años, Quetzalcóatl, sus seguidores y los naguales han sacrificado su cuerpo físico en el fuego interno, convirtiéndolo en cenizas y liberándose de él como final de un camino de recuperación de su divinidad.
¿Cómo sobr evivieron a esa muerte iniciática, resucitando en cuerpo luminoso? Quetzalcóatl dijo al volver: ‘Mi madre divina, la del manto de estrellas, me infundió un nuevo aliento, un aliento inmortal’.
Juan de San G rial recuerda que ‘En los iconos la reina celestial suele ataviarse con una ca pa azul oscura salpicada de estrellas , como regente del mundo estelar’ (ejemplos son la Virgen de Guadalupe y el cuerpo de la diosa egipcia Nut). Ella le reveló sobre Cristo lo mismo que dijo Quetzalcóatl:‘El Hijo divino revivió en mis brazos’, y puede volver a hacerlo dentro de nosotros: ‘Que resuc ite el Señor en mí por tu gracia’. En México, el nagual indio don Juan dijo que la verdadera Madre Divina es Poder, y la naguala María Elena reveló desde una dimensión superior: ‘Ella me llevó ami actual libertad espiritual’.
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dto.