Piedras sagradas
Piedras sagradas
- EAN: 9788489746961
- ISBN: 9788489746961
- Editorial: Puzzle Editorial de Libros, S.L.
- Encuadernación: Rústica
- Medidas: 130 X 190 mm.
- Páginas: 304
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Expedición a los mundos perdidos : un viaje iniciático hasta los rincones más fabulosos de la Tierra
La obra consta de diez capítulos en los que se hace un recorrido temático por diferentes países. Cada episodio tiene un principio y un fin independiente, de manera que el lector tendrá una historia cerrada en cada uno de los capítulos. El apoyo fotográfi o para la ilustración de la obra es de gran valor y muy extenso, para avalar gráficamente todo cuanto se dice en el libro. Expedición a los mundos perdidos nace con la intención de transmitir al lector la aventura, el viaje y el misterio en su estado más puro. Rutas, vivencias, y enigmas que harán que el gran público pueda en parte volver a sentirse niño, a la vez que camina por la historia y las curiosidades de lugares olvidados o de otros que son destino del turismo de masas. Todo ello a través de la visión de un reportero que para llegar hasta algunos de estos sitios emprende expediciones en las que sufrió episodios que en ocasiones casi le cuestan la vida. Un libro plasmado en primera persona que nos llevará hasta rincones del Planeta donde se está reescribiendo la historia.
dto.
La realidad histórica de la Atlántida
Hace ya más de dos mil años Platón presentó la historia de la Atlántida en sus diálogos 'Timeo y Critias'. Desde entonces el hombre ha intentado en vano demostrar su existencia, quedando finalmente relegada a la categoría de mito. Este ensayo histórico-científico presenta de forma razonada y coherente una investigación con un nuevo enfoque, avalado con pruebas reales cuyas conclusiones certifican la realidad histórica de la Atlántida y su imperio.
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Ecos de la Atlántida
Platón, descendiente de aquel sabio griego que reveló el mito de la Atlántida (Solón), no hizo más que combinar este relato, repleto de claves esotéricas y mistéricas, con una ?sopa mítica? en la que caben diversos ingredientes. El sabio de la Academia de Atenas habría adquirido de su antepasado parte de un legado compartido por múltiples culturas: no sólo la griega y egipcia, que conoció personalmente, sino también la hindú, que posiblemente le influyó (el triple recinto atlante, con los colores rojo, blanco y negro, podría tener origen indio). Esta tradición estaría ligada a un ?comité de sabios? que, desde la Antigüedad clásica (e incluso antes), preservó la ?memoria ancestral?. La plasmó en el cielo, conformando el mapa celeste y el Zodíaco que se yergue sobre nuestras cabezas. La congeló en el lenguaje, así como en los símbolos, en los mitos, en el folklore y en la religión. E incluso en el nombre de los dioses, de los patriarcas, o de los continentes (es la herencia inmaterial). Y encriptó en algunos grandes monumentos las claves de su antigua sabiduría (es la herencia material). Aquel que asegure que no se conserva nada de aquel tiempo en que los ?dioses merodeaban por la Tierra? se equivoca. La Gran Pirámide o la Esfinge son el testimonio mudo de un pasado glorioso. Esta última, el Horus en el Horizonte ..
dto.
Es un buen día para morir. El guerrero indio
Selección Y Prólogo de Esteve Serra
La vida del guerrero piel roja era como un
juego que perseguía el desarrollo de las
cualidades viriles y, al mismo tiempo, como
en los caballeros medievales, una vía espiritual.
Caballo Loco, Toro Sentado, Gerónimo..., nombres de guerreros famosos que por sí solos evocan las épicas luchas de la «Conquista del Oeste». La imagen habitual de simple salvajismo del guerrero indio se ve desmentida por el testimonio de cuantos lo conocieron real-mente, y por sus propias palabras. El guerrero era, junto con el hombre santo, el producto supremo de la civilización india: su prototipo encierra un cúmulo de virtudes que hacen de él una figura admirable. Y es que para ser un buen guerrero tal como lo entendían los indios, no bastaba tener un valor extraordinario; había que ser, también, generoso, desprendido, austero, noble: en definitiva, un auténtico caballero. Y así es cómo sus propios enemigos describieron muchas veces a los luchadores indios: verdaderos caballeros para los que la guerra era al mismo tiempo un juego que servía para fomentar las cualidades viriles y una institución sagrada, un modo de vida y un «camino de perfección».
Tal vez la imagen más conocida del indio norteamericano es la del guerrero montado a caballo con su penacho de plumas, su arco y sus flechas, que tanto han popularizado el cine y la literatura. Nombres legendarios como Toro Sentado, Caballo Loco, Gerónimo, y tantos otros, han pasado a formar parte del imaginario colectivo del hombre del siglo XX. En esas presentaciones populares del guerrero indio, suele dar-se de éste la idea de un salvaje sanguinario que nada respeta. Esta idea es completamente falsa. Las guerras de los indios contra el invasor blanco fueron duras por-que eran una lucha desesperada por salvar su tierra y su modo de vida, que para ellos eran sagrados. Pero la guerra, para el indio, es igualmente una institución sa-grada, y en cierto modo también como una especie de juego, cuyo fin es el desarrollo de las cualidades viriles en los hombres y el mantenimiento de un nivel altísimo de autoexigencia personal que daba como resulta-do las magníficas personalidades de los grandes guerreros. La guerra no perseguía la conquista territorial
dto.